De Fuerte a Penal
El Fuerte de Alfonso XII o de San Cristóbal se construyó para defender Pamplona, pero la aparición de la aviación de guerra hizo que esta instalación quedara obsoleta. Tras el movimiento revolucionario de 1934, el Estado habilitó el Fuerte de San Cristóbal como espacio de encarcelamiento hasta la amnistía de 1936. Con el golpe militar de julio de 1936 el Fuerte se volvió a utilizar como penal. La violencia desatada por los sublevados provocó miles de asesinatos, detenciones, depuraciones, incautaciones de bienes y otras vulneraciones de derechos humanos. Cientos de navarros fueron encarcelados en él como detenidos gubernativos, sin haber sido sometidos a procedimiento judicial. El Fuerte se llenó con miles de prisioneros de toda España, especialmente castellanos y gallegos, sobre todo tras la caída de los territorios del frente Norte en manos de los sublevados.
Redes de solidaridad
La represión desatada tras el golpe de 1936 nos ha dejado historias de sufrimiento y dolor de las personas represaliadas y sus familias. Pero en torno a aquellos trágicos acontecimientos hay también hermosas historias de solidaridad y compromiso. Mujeres de diferentes ideologías se organizaron en ayuda de los presos a lavarles las ropas, llevarles paquetes con comida y, sobre todo, para transmitirles afecto y cercanía. Mujeres a las que no conocían, que no eran familiares ni amigas hasta entonces, y que decidieron arriesgar su seguridad para que los prisioneros pudieran mantener la esperanza. Historias desconocidas, de mujeres valientes y solidarias.
“A partir de 1937 fueron trasladados en torno a 300 segovianos al Fuerte de San Cristóbal en Pamplona, las familias de los presos se organizaron para llevarles allí la comida. Cada quince días viajaban dos mujeres (pues se iban turnando) que transportaban varios sacos con los paquetes de todas las familias. En la carga se incluía la comida y ropa limpia. Así estaban organizados los viajes en tren por los vecinos de Bernardos, Coca, y Nava de Asunción”. Henar Yuste Holmos
“… y luego bajábamos con todos los sacos de ropa llenos de piojos y miserias…y eso que con nosotras cada 8 días se mudaban y los que no tenían a nadie como estarían los pobres… venía con su nombre y apellidos y su pabellón. Cocíamos agua en la bañera grande todo lleno de piojos y ¡hala todos los piojos allá bailando!, y al otro domingo vuelta con la ropa…”. Petra, Carmen, Nicasia, Juliana Irigoyen Vidaurreta
Morir en Ezkaba
Muchos presos de San Cristóbal no sobrevivieron a su encarcelamiento. Un número importante de presos gubernativos, tras ser “puestos en libertad”, eran asesinados por grupos paramilitares, previamente informados, que les esperaban a la salida. Otro grupo significativo de presos murió tras intentar fugarse. El primer intento importante ocurrió en octubre de 1936, tras el que fueron ejecutados 25 presos. Pero la gran fuga del penal de Ezkaba ocurrió el 22 de mayo de 1938, tras la que las autoridades pusieron en marcha una verdadera cacería que finalizó con el asesinato de 220 personas.
Además, cientos de presos murieron a consecuencia de las insalubres condiciones de vida en el penal, por la falta de atención médica y por la escasa alimentación; entre ellos, 46 de los fugados capturados tras el 22 de mayo de 1938. En un primer momento los presos que fallecían eran enterrados en los cementerios de las localidades cercanas. Cuando estos lugares llegaron al límite de su capacidad, las autoridades militares decidieron crear un cementerio en las proximidades del Fuerte: el Cementerio de las Botellas.
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Agradecimientos: Txinparta-Fuerte de San Cristóbal, Sociedad de Ciencias Aranzadi, Planetario de Pamplona, Iñaki Alforja, Fermín Ezkieta, Hedy Herrero, Amaia Kowasch, José Luis Larrión, Mikel Ozkoidi, Idoia Pallín, Iñaki Porto, Joaquín Roa.
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